jueves, 20 de febrero de 2014




Sin quererlo, llegó a mis oídos la oportunidad o mejor dicho  la oferta para  pasar nueve días en la isla de Córcega.  Seriamos un grupo de seis amigos que practicaríamos  el descenso de barrancos. Situémonos, en el principio de todo. El viaje estaba pensado para tres personas, pero ya se sabe que a veces el boca a boca va más rápido que un  caramelo en patio de colegio. En pocos días se generó un campo magnético  donde los foráneos nos fuimos agregando al grupo creando un nuevo escenario.  Todo discurrió de manera muy rápida y sin darse cuenta,  estábamos montados en unas furgonetas llenas de cajas, trastos y demás utensilios.  Íbamos con dos furgos, una Mercedes Vito, modelo Marco Polo bastante ordenada la cual era propiedad de Iván alias Krastry. La otra, era una Volkswagen. El  modelo,  era de la clase baja de Transporter,  con piezas no originales, llena de imanes `para tapar las carencias,  donde reinaba la anarquía del desorden. Por cierto el hierro era   propiedad de Tudel, alias el españolito.

La prisa mata y tuvimos que acelerar para  llegar a la costa francesa para cambiar el método de transporte. Los  tubos de escape de las furgos  sacaban la carbonilla adherida  al metal y devoraban los largos y monótonos  kilómetros de autopista. Por fin llegamos al puerto de Toulon aunque por el camino nos divertíamos hablando mediante unos diminutos  walkis. Apurando  los minutos, como siempre, no fuimos muy conscientes de que los ferris no esperan. Al final de la tarde la  mega embarcación nos engulló en sus bodegas.
 Subimos de las entrañas del buque y al no disponer de camarote, comenzamos a buscar un espacio libre por los pasillos del barco  para poder acomodar nuestras posaderas en la dulce moqueta del suelo del buque. Para  evitar  los ruidos de los motores nos situamos a proa, aprovechando  algunos   espacios  vacios entre  pasillos no muy transitados.

Al despertar  de nuestro sueño,  estábamos casi  entrando en el puerto de Ajaccio. La salida de las bodegas fue rápida y en poco rato ya estábamos desayunando en  una bonita playa. Después de la ingesta nos desplazamos por   carreteras secundarias  que  retorcían  el chasis del vehículo entre un sube y baja de colinas. El cielo estaba tapado y en el ambiente había una fina nieblilla que  iba calando  en los huesos. El tiempo no espera así que en un abrir de ojos ya estábamos ejercitando una leve aproximación al curso fluvial. El primer barranco, no fue  nada destacable y la salida del cauce fue un poco larga. Lo mejor del día pasó a la hora de comer.  Farrus alias  Masterchef, nos cocinó unos  platos de comida que  previamente había preparado en su casa de Lleida.
Al acabar la comida  abandonamos el lugar y nos aproximamos a otro sector donde se encontraban los barrancos de Purcaratcia, Pullicellu y el Vaca. Por la noche dormimos  en el collado de Babella.  El lugar era un  rincón rodeado de  montañas  rocosas  envuelto  de bosques con coníferas  llenas de bonitas  vistas. El grupo dormía en las furgos, pero Farrus i yo preferíamos  la comodidad de  ver el cielo lleno de estrellas desde nuestros improvisados vivacs.  Aunque a mí no me quedaba opción posible. Mi garganta parece que cuando mi consciencia no está alerta, se descontrola y el aire aspirado produce unos ruidos que se multiplican al exhalarlos llamados ronquidos. La noche fue tranquila, algo fresca para mi garganta, pero por la mañana me encontraba como si me hubieran mullido a palos. Estaba en un estado de fatiga, agotamiento y medio mareado. Me fue imposible  acompañar a mis compañeros en los siguientes barrancos, así que me dediqué a descansar. Durante los días posteriores mi estado no mostraba mejorías así que me perdí los mejores descensos.

El estado de fatiga en que me encontraba no era normal, al principio pensaba que era debido al cansancio del viaje, pero creo que todo fue debido a que unos días antes del viaje dediqué algunas jornadas con doble entrenamiento, demasiadas sesiones dedicadas a correr y ciclar. Al cabo del tercer día mi estado mejoró y me vinieron otra vez las fuerzas.

Mientras, me dedicaba a descansar y escuchar el relato del descenso de los barrancos realizados `por mis compañeros. El  Solanes otro de los componentes que formaba el grupo fue rebautizado como alias el Sifón. Tuvo suerte, ya que mientras descendían el barranco del Vaca, en uno de los  pasos  intermedios,  la fuerza del agua  lo aspiró  en un sifón y lo hizo desaparecer por unos instantes para luego  expulsarlo por su parte inferior. Todo quedó en un buen susto que no tendría que haber ocurrido.
La tercera noche cenamos junto al mar, cerca de Bonifacio con una hoguera incluida, la cual nos proporciono  la brasa suficiente para poder  deleitarnos comiendo comida apta solo para carnívoros.
En la tarde del cuarto día visitamos el pueblo costero  de Bonifacio donde su parte amurallada bien merece una visita.  Una fuerte pendiente adoquinada da acceso a unas recias murallas  que albergan una pequeña vila llena de calles estrechas que construyen el esqueleto del  pequeño complejo.

Por  fin,  al paso de unos días me note  con fuerzas y decidí probar suerte, así que después de desayunar me uní al grupo. Volvía a  vestirme como un marciano, con  mi  viejo neopreno  apretándome las carnes  como un demonio.  Al primer salto  del barranco del Dardu ´comprobé que mi cuerpo me seguía sin problemas así que disfruté cada momento hasta que el barranco nos dio su mejor sorpresa. El flujo de agua oscilaba por oscuros congostos y  serpenteaba  entre bosques para  acabar  donde acaban todos, en el mar. Las vistas del Mediterráneo eran magnificas pero tenían un precio. El retorno se hizo a nado y tuvimos que nadar aproximadamente una hora  siguiendo la  línea de la costa para poder  llegar a una cala que daba acceso  al camino donde teníamos el coche aparcado.
Al siguiente día el grupo se dividió como otras veces, los piragüistas  se fueron a por el descenso del rio  Fime Grosso mientras el resto del grupo teníamos la intención de descender el barranco del  Ziocu. La realidad nos mostró como  el gran caudal que llevaba el cauce  hacia que el agua tuviera   muchísima fuerza  por lo que era un riesgo  inasumible para el grupo intentar realizar el descenso  así que decidimos  retiramos.
Córcega, parece una isla que espera al viajero desde sus playas.

 La masa de tierra vive en su aislamiento mientras espera  el llegar de ferrys para el abastecimiento con tierra firme. Esta isla, tiene un encanto especial, quizás sea por su geografía, llena de vertientes donde los pequeños pueblos pueden quedar aislados en el frio invierno  cuando las nieves hacen presencia y se cierran los arduos  pasos de montaña. Sus carreteras  secundarias, son precarias y la línea recta solo aparece en el horizonte. El  asfalto es  irregular, los carriles son  estrechos, sin arcén y en los pasos con precipicios se protege la vía con muros discontinuos de medio metro. La isla posee una cordillera con montañas de 2500 metros con el pico más alto de alrededor de  2700 metros.  En contraposición, sus costas son rocosas y las escasas  calas que poseen  arena de mar son altamente cotizadas por elegantes urbanizaciones.

La isla tiene un aspecto salvaje y este se puede apreciar claramente en varios elementos. Que puedo decir de una isla que tiene por bandera una cabeza degollada de un africano. Parece que algúnos antepasados piratas hayan dado origen al carácter de estas gentes. En toda la isla  no quedaba ninguna señal de circulación que no tuviera el forjado metal  abollado por  varios agujeros procedentes de  armas de fuego.  En las montañas  los cerdos  se tiñen de negro y abandonan sus corrales para  transitar por los bosques en busca de cualquier cosa que los alimente.
Los días fueron pasando muy deprisa y el tiempo nos fue respetando. Al octavo día abandonamos el oeste de la isla y nos dirigimos al Noreste. En el camino subimos tan alto que atravesamos las pistas de esquí que posee la isla. Los ríos iban cargados de agua y sus empinadas  vertientes convertían el paisaje en chorros de  espuma.  Los piragüistas ( el Españolito y el Termomix) se  iban emocionando al ver los  arremolinados  cauces  y  comenzaron hacerse unas cuantas  pajas mentales donde el  Masterchef ponía orden observando la dificultad de los tramos, mientras el Españolito se corría de placer visualizando por donde podía saltar los llamados infranqueables. Los dos,   estaban en su salsa ya que disponían de un ambiente  adecuado y el  caudal les permitía descender una  multitud de tramos desconocidos,  distribuidos por toda la orografía de la  isla. 
 Por cierto, en el grupo, también se encontraba el Farrera, Alias el de las salsas, el cual  tenía fijación en tener unas buenas fotos para ponerlas  en su perfil de facebook.  Muchas de estas instantáneas  se las sacaba  Xavi, alias el mozu, el cual era el encargado de recopilar toda la parte fotográfica.
En el último día se volvieron hacer dos subgrupos, Tudel y Farrus descendieron unos tramos intermedios del rio Golo mientras los otros descendíamos por las frías aguas del barranco  Pietra Liccia.

Las últimas horas en la isla, las quemamos en los alrededores del puerto de  Bastia, donde las casas antiguas sufren multitud de cicatrices debido al paso del tiempo agravado por su cercanía  al mar.  Las paredes se oscurecen, el hierro se oxida y la humedad agrietan las maderas generando olores  difíciles de clasificar.
El viaje de vuelta fue un poco más largo para  los que íbamos en la furgo del Tudel. Parece que el GPS de la Volkswagen tenía  memorizado el track de Marsella y teníamos que marcar un nuevo trackpoint.