Sin quererlo, llegó a mis oídos
la oportunidad o mejor dicho la oferta
para pasar nueve días en la isla de Córcega. Seriamos un grupo de seis amigos que
practicaríamos el descenso de barrancos.
Situémonos, en el principio de todo. El viaje estaba pensado para tres personas,
pero ya se sabe que a veces el boca a boca va más rápido que un caramelo en patio de colegio. En pocos días se
generó un campo magnético donde los foráneos
nos fuimos agregando al grupo creando un nuevo escenario. Todo discurrió de manera muy rápida y sin darse
cuenta, estábamos montados en unas
furgonetas llenas de cajas, trastos y demás utensilios. Íbamos con dos furgos, una Mercedes Vito,
modelo Marco Polo bastante ordenada la cual era propiedad de Iván alias Krastry.
La otra, era una Volkswagen. El modelo, era de la clase baja de Transporter, con piezas no originales, llena de imanes
`para tapar las carencias, donde reinaba
la anarquía del desorden. Por cierto el hierro era propiedad de Tudel, alias el españolito.
La prisa mata y tuvimos que
acelerar para llegar a la costa francesa
para cambiar el método de transporte. Los
tubos de escape de las furgos sacaban
la carbonilla adherida al metal y
devoraban los largos y monótonos kilómetros de autopista. Por fin llegamos al
puerto de Toulon aunque por el camino nos divertíamos hablando mediante unos
diminutos walkis. Apurando los minutos, como siempre, no fuimos muy conscientes
de que los ferris no esperan. Al final de la tarde la mega embarcación nos engulló en sus bodegas.
Subimos de las entrañas del buque y al no
disponer de camarote, comenzamos a buscar un espacio libre por los pasillos del
barco para poder acomodar nuestras
posaderas en la dulce moqueta del suelo del buque. Para evitar los ruidos de los motores nos situamos a proa,
aprovechando algunos espacios
vacios entre pasillos no muy
transitados.
Al despertar de nuestro sueño, estábamos casi entrando en el puerto de Ajaccio. La salida de
las bodegas fue rápida y en poco rato ya estábamos desayunando en una bonita playa. Después de la ingesta nos desplazamos
por carreteras secundarias que retorcían el chasis del vehículo entre un sube y baja de
colinas. El cielo estaba tapado y en el ambiente había una fina nieblilla que iba calando
en los huesos. El tiempo no espera así que en un abrir de ojos ya
estábamos ejercitando una leve aproximación al curso fluvial. El primer barranco,
no fue nada destacable y la salida del
cauce fue un poco larga. Lo mejor del día pasó a la hora de comer. Farrus alias
Masterchef, nos cocinó unos platos de comida que previamente había preparado en su casa de
Lleida.
Al acabar la comida abandonamos el lugar y nos aproximamos a otro
sector donde se encontraban los barrancos de Purcaratcia, Pullicellu y el Vaca.
Por la noche dormimos en el collado de Babella. El lugar era un rincón rodeado de montañas rocosas
envuelto de bosques con coníferas
llenas de bonitas vistas. El grupo dormía en las furgos, pero
Farrus i yo preferíamos la comodidad de ver el cielo lleno de estrellas desde nuestros
improvisados vivacs. Aunque a mí no me
quedaba opción posible. Mi garganta parece que cuando mi consciencia no está
alerta, se descontrola y el aire aspirado produce unos ruidos que se multiplican
al exhalarlos llamados ronquidos. La noche fue tranquila, algo fresca para mi
garganta, pero por la mañana me encontraba como si me hubieran mullido a palos.
Estaba en un estado de fatiga, agotamiento y medio mareado. Me fue
imposible acompañar a mis compañeros en
los siguientes barrancos, así que me dediqué a descansar. Durante los días
posteriores mi estado no mostraba mejorías así que me perdí los mejores
descensos.
El estado de fatiga en que me
encontraba no era normal, al principio pensaba que era debido al cansancio del
viaje, pero creo que todo fue debido a que unos días antes del viaje dediqué algunas
jornadas con doble entrenamiento, demasiadas sesiones dedicadas a correr y
ciclar. Al cabo del tercer día mi estado mejoró y me vinieron otra vez las
fuerzas.
Mientras, me dedicaba a descansar
y escuchar el relato del descenso de los barrancos realizados `por mis
compañeros. El Solanes otro de los
componentes que formaba el grupo fue rebautizado como alias el Sifón. Tuvo
suerte, ya que mientras descendían el barranco del Vaca, en uno de los pasos
intermedios, la fuerza del agua lo aspiró en un sifón y lo hizo desaparecer por unos
instantes para luego expulsarlo por su
parte inferior. Todo quedó en un buen susto que no tendría que haber ocurrido.
La tercera noche cenamos junto al
mar, cerca de Bonifacio con una hoguera incluida, la cual nos proporciono la brasa suficiente para poder deleitarnos comiendo comida apta solo para
carnívoros.
En la tarde del cuarto día
visitamos el pueblo costero de Bonifacio
donde su parte amurallada bien merece una visita. Una fuerte pendiente adoquinada da acceso a
unas recias murallas que albergan una
pequeña vila llena de calles estrechas que construyen el esqueleto del pequeño complejo.
Por fin, al paso de unos días me note con fuerzas y decidí probar suerte, así que
después de desayunar me uní al grupo. Volvía a vestirme como un marciano, con mi viejo neopreno apretándome las carnes como un demonio. Al primer salto del barranco del Dardu ´comprobé que mi cuerpo me seguía sin problemas así que disfruté
cada momento hasta que el barranco nos dio su mejor sorpresa. El flujo de agua
oscilaba por oscuros congostos y
serpenteaba entre bosques
para acabar donde acaban todos, en el mar. Las vistas del
Mediterráneo eran magnificas pero tenían un precio. El retorno se hizo a nado y
tuvimos que nadar aproximadamente una hora siguiendo la
línea de la costa para poder llegar a una cala que daba acceso al camino donde teníamos el coche aparcado.
Al siguiente día el grupo se
dividió como otras veces, los piragüistas se fueron a por el descenso del rio Fime Grosso mientras el resto del grupo teníamos
la intención de descender el barranco del
Ziocu. La realidad nos mostró como el gran caudal que llevaba el cauce hacia que el agua tuviera muchísima
fuerza por lo que era un riesgo inasumible para el grupo intentar realizar el
descenso así que decidimos retiramos.
Córcega, parece una isla que
espera al viajero desde sus playas.
La masa de tierra vive en su aislamiento
mientras espera el llegar de ferrys para
el abastecimiento con tierra firme. Esta isla, tiene un encanto especial, quizás
sea por su geografía, llena de vertientes donde los pequeños pueblos pueden
quedar aislados en el frio invierno
cuando las nieves hacen presencia y se cierran los arduos pasos de montaña. Sus carreteras secundarias, son precarias y la línea recta
solo aparece en el horizonte. El asfalto
es irregular, los carriles son estrechos, sin arcén y en los pasos con
precipicios se protege la vía con muros discontinuos de medio metro. La isla
posee una cordillera con montañas de 2500 metros con el pico más alto de
alrededor de 2700 metros. En contraposición, sus costas son rocosas y
las escasas calas que poseen arena de mar son altamente cotizadas por elegantes
urbanizaciones.
La isla tiene un aspecto salvaje
y este se puede apreciar claramente en varios elementos. Que puedo decir de una
isla que tiene por bandera una cabeza degollada de un africano. Parece que algúnos
antepasados piratas hayan dado origen al carácter de estas gentes. En toda la
isla no quedaba ninguna señal de
circulación que no tuviera el forjado metal
abollado por varios agujeros
procedentes de armas de fuego. En las montañas los cerdos se tiñen de negro y abandonan sus corrales
para transitar por los bosques en busca
de cualquier cosa que los alimente.
Los días fueron pasando muy
deprisa y el tiempo nos fue respetando. Al octavo día abandonamos el oeste de
la isla y nos dirigimos al Noreste. En el camino subimos tan alto que
atravesamos las pistas de esquí que posee la isla. Los ríos iban cargados de
agua y sus empinadas vertientes
convertían el paisaje en chorros de espuma.
Los piragüistas ( el Españolito y el Termomix) se iban emocionando al ver los arremolinados cauces y comenzaron hacerse unas cuantas pajas mentales donde el Masterchef ponía orden observando la dificultad
de los tramos, mientras el Españolito se corría de placer visualizando por
donde podía saltar los llamados infranqueables. Los dos, estaban
en su salsa ya que disponían de un ambiente adecuado y el
caudal les permitía descender una multitud de tramos desconocidos, distribuidos por toda la orografía de la isla.
Por cierto, en el grupo, también se encontraba
el Farrera, Alias el de las salsas, el cual tenía fijación en tener unas buenas fotos para
ponerlas en su perfil de facebook. Muchas de estas instantáneas se las sacaba
Xavi, alias el mozu, el cual era el encargado de recopilar toda la parte
fotográfica.
En el último día se volvieron
hacer dos subgrupos, Tudel y Farrus descendieron unos tramos intermedios del
rio Golo mientras los otros descendíamos por las frías aguas del barranco Pietra Liccia.
Las últimas horas en la isla, las
quemamos en los alrededores del puerto de
Bastia, donde las casas antiguas sufren multitud de cicatrices debido al
paso del tiempo agravado por su cercanía al mar. Las paredes se oscurecen, el hierro se oxida y
la humedad agrietan las maderas generando olores difíciles de clasificar.
El viaje de vuelta fue un poco más
largo para los que íbamos en la furgo
del Tudel. Parece que el GPS de la Volkswagen tenía memorizado el track de Marsella y teníamos
que marcar un nuevo trackpoint.